LA SOCIEDAD URBANA

Al concluir el siglo XIX los cambios demográficos anunciaban las nuevas formas de vida de la sociedad uruguaya. Se estaba produciendo definitivamente la inserción del país en los marcos del orden internacional diseñado y dirigido por Inglaterra (la modernización) sustituyendose la sociedad oriental por una nueva sociedad que comenzaba a llamarse uruguaya, donde gran parte de sus miembros eran hijos de inmigrantes.
Al finalizar el siglo se había producido una modificación en la relación entre la ciudad-puerto (Montevideo) y la pradera (la campaña) con el triunfo definitivo de la primera. El proceso iniciado por los gobiernos autoritarios (1875-86) había consolidado el aparato administrativo del estado, asegurando la vigencia del orden a través de la ley (códigos Civil, de Procedimiento Civil y Penal, Rural, Comercial y de Minería) y de la fuerza (organización del ejército y de la policía) y unificando el país con el desarrollo de las comunicaciones (correo, telégrafo, ferrocarril). La estancia-empresa se imponía sobre la estancia cimarrona modificando los procesos productivos y las relaciones laborales.
Cada vez más la ciudad-puerto de Montevideo irá haciéndose el centro de las actividades principales, imponiendo las formas de comportamiento, la cultura y la educación que introduce desde Europa. Es el triunfo de la “civilización”.

LA “GENTE PRINCIPAL”
La clase alta residía en Montevideo. Estaba formada por la unión de los descendientes del antiguo patriciado con nuevos ricos e inmigrantes o hijos de inmigrantes que habían hecho fortuna. La integraban grandes terratenientes, grandes comerciantes e industriales, banqueros, gerentes y abogados de las empresas extranjeras. En muchas casos tenían actividades múltiples y era fácil encontrar comerciantes con estancia, acaudalados comerciantes dueños de saladeros, estancieros que eran dueños de barracas de lanas, etc.
Según Reyes Abadie y Vázquez Romero, los grandes estancieros eran sólo el 2% de todos los habitantes del campo pero eran dueños del 40% de las tierras. Muchos de ellos residían en Montevideo en forma permanente o alternaban su vida entre la campaña y la capital.
Los grandes comerciantes eran importadores y exportadores, hacían fortunas en las épocas en que se liberalizaba el comercio y aumentaban las importaciones de productos suntuarios. Eran enemigos del proteccionismo y en ese punto chocaban con los industriales.
Los grandes industriales eran los recién llegados. Una sociedad que durante mucho tiempo había despreciado las tareas manuales y todo lo vinculado a ellas aún miraba con recelo a estos nuevos ricos. Pero estos, generalmente inmigrantes, ya no eran artesanos independientes que trabajaban en sus talleres a la par de sus obreros. Hacia fines de siglo algunas industrias han enriquecido a sus propietarios y estos pasan a ser cada vez más respetados.
A estos sectores hay que agregar a los gerentes y administradores de las empresas inglesas establecidas en Uruguay. Dicen Barrán y Nahum: “Había en Montevideo una colonia británica con su club y su escuela exclusivos, su periódico “The Montevideo Times”, y su Iglesia Anglicana, el llamado Templo Inglés. Múltiples lazos se anudaron entre los inversores extranjeros y el capital nativo. Ambos tenían parte de su dinero colocado en títulos de deuda pública y por eso les interesaba la marcha de las finanzas y en manos de quien estaba la conducción del Estado. Ambos defendían principios similares sobre los que basaban su lucro y su concepción del mundo: libertad económica, horror a las reglamentaciones estatales y en particular al socialismo bajo todas las formas conocidas...”
Agregan los citados autores que los integrantes de esta oligarquía criolla frecuentaban los mismos lugares, los “aristocratizantes” Club Uruguay y Jockey Club, las funciones de ópera del Teatro Solís, las fiestas dadas por las damas de la misma clase social. La mayoría enviaba a sus hijos a colegios privados y a menudo religiosos, aunque consideraban que la religión era “cosa de mujeres”. Así los miembros de la clase principal “... se conocían, intimaban y, por fin, se unían”.
Esta clase alta imitaba los gustos y las modas europeas. A diferencia del antiguo patriciado, sencillo y austero, la “gente principal” de fines del siglo XIX tenía necesidad de hacer visible su status.  Por eso su afán se lucir su casa, ricamente amueblada y decorada. El desvelo por la decoración era un reflejo de la moda europea y era impulsada por intereses comerciales, transformando la casa en una especie de espectáculo, variado y recargado, con muebles, cuadros, estatuas, jarrones, porcelanas, cortinados, etc. La ostentación de la riqueza se conseguía a través de la calidad de los materiales; quien se preciara de ser rico tenía objetos de laca, ébano, marfil, mármol y plata.
Las diferencias sociales se podían observar no sólo en las casa y en la vestimenta. En la principal calle de Montevideo, Sarandí entre la Plaza Constitución y la Plaza Independencia, se volcaban todas las clases sociales para pasear y mirar vidrieras, pero la gente principal lo hacía por la acera norte, hacia donde daban los mejores comercios, y el resto por la acera sur.
Pasear por calles y plazas era una costumbre extendida a todos los sectores sociales. Pero la clase alta tenía más tiempo libre para hacerlo. Los días domingos y de fiesta se visitaban los parques. La quinta del Buen Retiro, luego conocido como Prado era un lugar preferido por las señoras de la clase alta y sus hijas “en edad de merecer”. Llegaban allí en sus carruajes y recorrían infinitas veces los senderos dl parque observadas por los mirones, para regresar al atardecer por la Avenida Agraciada. Encorsetadas y rígidas bajo sus enormes sombreros, las damas habían cumplido con el rito de “tomar aire” y saludar a sus amistades; las jovencitas retornaban ruborosas comentando los galanteos recibidos de los caballeros.
Las familias de clase alta concurrían a lo teatros donde ostentaban sus joyas y vestidos. A fines de siglo había cuatro teatros en Montevideo y el Solís era el más lujoso. Algunas de las divas del teatro europeo concurrieron a representar obras en estos escenarios montevideanos, como Sara Bernhardt o Eleonora Duce. Pero la ópera italiana era el espectáculo favorito. Las clases altas argentinas crearon una nueva costumbre que rápidamente fue incorporada por las familias de la “gente principal”: los balnearios. Familias argentinas construyeron chalets en la playa de los Pocitos, donde la empresa del tranvía había construido un hotel con terraza al mar e instalaciones para tomar baños. Instalaciones similares se levantaron en la Playa Ramírez y en Capurro.
En las dos últimas décadas del siglo XIX se formaron barrios residenciales donde pasaron a residir los integrantes de la clase alta que hasta el momento residían en el centro. El Paso del Molino, el Puente de las Duranas y el Prado fueron las zonas donde se levantaron magníficos edificios y quintas espléndidas donde residían familias de renombre como los Farini, Fynn, Victorica, Montero, Berro, Zorrilla, Paullier, Tajes, Salvo, Buxareo, Lussich, Lavandeira, Maeso, Ramírez, etc

LAS CLASES MEDIAS


Los sectores que las componían se caracterizaban por el acceso a ciertas comodidades (cercanía del centro, viviendas con agua y luz y en algunas ocasiones sirvientes), posibilidad de acceder a la educación media e incluso a la superior y la seguridad de tener un sueldo (no depender de un jornal) o una empresa propia aunque pequeña y no realizar tareas manuales. Se estima que para fines del siglo XIX el 40% de los habitantes de Montevideo tenían esas características. Pero las clases medias no eran homogéneas y había diversidad de ingresos y comodidades.
En la parte más baja de estas clase medias se encontraban los empleados de comercio y los empleados públicos. Estaban próximos a las clases bajas por sus ingresos y sus largas jornadas de trabajo, pero intentaban diferenciarse de aquellos y se consideraban distintos de los habitantes pobres de los suburbios, “los orilleros”. Deseaban el ascenso social a través de un ascenso en su trabajo o logrando que algún hijo cursara una carrera universitaria.    Los empleados públicos estaban sometidos a los vaivenes de los cambios de gobierno y de los recursos que estos tenían, por lo tanto estaban sujetos a despidos, atrasos en los pagos y rebajas en los sueldos. Era frecuente que el atraso en cobrar los obligara a abandonar su trabajo o vender el “derecho al sueldo” a un usurero. Según los periódicos de la época era frecuente el abandono del cargo por parte de maestros y policías.  Cuando el gobierno se encontraba con problemas financieros un forma fácil de solucionarlo era bajando los gastos despidiendo personal.
    Los empleados privados tampoco tenían seguridad de mantener su trabajo y eran frecuentes los despidos en represalia por hacer reclamos u organizarse. Los empleados de comercio no tenían descanso semanal porque se trabajaba todos los días. Comentaba un periódico en 1877 que “hay empleados de comercio que hace tres meses que no salen de sus tiendas, no teniendo un momento de paseo, no ya como goce natural y legítimo sino como una condición higiénica”.
El sector medio de las clase medias estaba integrado por pequeños comerciantes, almaceneros, panaderos, carniceros, muebleros, empleados públicos con cierto rango (jefes de oficina, profesores, maestros) y profesionales que iniciaban su labor y aún no tenían muchos clientes. Muchos de ellos no dependían de un salario y se sentían partícipes de la sociedad esperando el momento del salto hacia un mejor status. Los jerarcas públicos se consideraban seguros en sus puestos de trabajo y alardeaban de su libertad de pensamiento; algunos alardeaban de simpatizar ideas radicales, aunque la mayoría eran votantes colorados ya que a este sector debían su puesto público ( hacia casi medio siglo que el P. Colorado gobernaba). La mayoría de este sector vivía cerca del centro de la ciudad.
El sector medio alto convivía en el centro con la clase alta; muchos estaban vinculados por su actividad a la “gente principal”, como profesionales, gerentes, comerciantes de cierta importancia, industriales en ascenso, etc. Trataban de parecerse en gustos y costumbres a la clase alta, aunque a veces alguno de sus integrantes mostraba actitudes de disconformidad con el sistema social, sobretodo cuando se sentía despreciado por “los de arriba”.

LOS SECTORES POPULARES
Hacia el año 1900 los sectores de clase baja constituían el 50% e la población montevideana. Lo integraban modestos quinteros y peones de las zonas suburbanas, artesanos y obreros, sirvientes, soldados y policías, y se engrosaba permanentemente con los inmigrantes procedentes del exterior y los que provenían de la campaña desalojados por la modernización del campo.
Los que vivían en las zonas más alejadas del centro (las orillas) compraban un solar y construían su modestas viviendas; era allí donde estaban los centros de trabajo más importantes: los talleres del ferrocarril en Peñarol, las curtiembres en Maroñas y Nuevo París o los saladeros en el Cerro y el Pantanoso. También había sectores populares residiendo en el centro donde se podía alquilar a bajo precio una pieza en las llamadas casas de inquilinato o conventillos.  Los conventillos unas veces eran edificios proyectados para cumplir esa función, con el propósito de albergar en sus piezas a los inmigrantes recién llegados al puerto y que aún no tenían ubicación definitiva. En otros casos se trataba de antiguas casonas venidas a menos cuyas grandes piezas eran divididas por tabiques de madera. Hacia fines de siglo había más de mil conventillos en Montevideo, con unas 12 mil piezas donde se alojaban 30 mil personas.
En el conventillo y en las orillas se van a encontrar dos tipos humanos característicos de la clase baja: el “gringo”,que era el inmigrante del exterior, y el “compadrito”,que, las mayoría de las veces, era el inmigrante del interior.
El gringo, se entregaba a todo tipo de trabajo, trataba de ahorrar en base a sacrificios privándose de muchas comodidades, para instalarse por cuenta propia y “salir adelante”. Si prosperaba ponía un “boliche” o compraba solares baratos para hacer modestas construcciones y alquilarlas. Las ganancias obtenidas eran ahorradas para seguir invirtiéndolas y comenzar a su ascenso social.
El compadrito es el habitante de campo desplazado por el alambramiento y la modernización del campo. Se siente atrapado entre el campo alambrado (que ya no lo necesita) y la edificación del centro. Su ambiente natural es la orilla de la ciudad, el arrabal, el “bajo”. Sin trabajo y despreciando las tareas manuales de la ciudad, sin educación y sin posibilidades ciertas de cambiar de vida, será un elemento marginal. Altanero y prepotente se siente obligado a demostrar su valentía. El habitante del campo no necesitaba demostrar su coraje por que lo demostraba en las tareas cotidianas, enlazando, domando, etc. Este desplazado del campo a la ciudad, este gaucho sin caballo, compadrea, patotea y “hace pinta”, presumiendo de su coraje, su destreza con el puñal o su facilidad para atraer a las mujeres.
Estos dos elementos desplazados, los inmigrantes procedentes de Europa y los campesinos expulsados del campo, pronto comenzaron a entenderse. Se cruzaban en los patios de los conventillos o en los bailes de los arrabales. Hubo un intercambio cultural que desembocó, por ejemplo en un lenguaje nuevo, propio de ese ambiente de las orillas: el lunfardo, donde se mezclaba el idioma español con palabras italianas deformadas. La música que identifica al Río de la Plata, el tango, también le deberá mucho a esa mezcla.
Los obreros eran un sector en crecimiento a medida que crecía la industria. La política proteccionista impulsada por las leyes aduaneras llevaron a la inversión en pequeñas fábricas que generaron un nuevo tipo de empleo: los trabajadores industriales. Sus condiciones de trabajo y nivel de vida eran poco seguras ya que no había ningún tipo de protección al trabajador. Los salarios dependían exclusivamente de la demanda y oferta y la inmigración desde el exterior y desde el campo, presionaban los salarios hacia abajo.  Los horarios de trabajo promedio superaban las diez horas. En 1901 los tranviarios denunciaban que su trabajo era de 18 a 21 horas por día; los obreros de los molinos trabajaban 15 horas por día.En los años 70 se formaron los primeros sindicatos y en la década del 90 ocurrieron las primeras grandes huelgas. Una de las principales aspiraciones era la de reducir la jornada de trabajo.


Una de las principales fuentes de trabajo en la ciudad eran los saladeros. El salario por hora del trabajador especializado en los saladeros era elevado; pero como la faena era zafral, 6 o 7 meses en el año, apenas si podía mantenerse durante el tiempo que el saladero no trabajaba. Para recibir más salario en época de zafra debía trabajar a destajo, o sea durante muchas horas. En 1908 un obrero indicaba en el diario “El Día”: “¿Qué importa que se apruebe el proyecto del señor Batlle y Ordoñez y que la jornada de 8 horas sea un hecho, si subsiste el trabajo a destajo? Poco o nada. Esta clase de trabajo es un acicate de que se valen los patrones para hacer trabajar más, en menos tiempo y con más economías para él. Del trabajo a destajo se valen para graduar la resistencia de cada obrero y calculando por el que más resiste, fijan los salarios por lo que aquel haya producido sin tener en cuenta que todos no tienen las mismas aptitudes; de donde se sigue luego la selección, las envidias que dividen a los obreros, la lucha entre sí por el puesto, y como consecuencia la reducción del salario”.
La antigua costumbre de entregarle carne y un solar al obrero para que hiciera su vivienda desapareció al acentuarse el rasgo capitalista de las empresas. Con el frigorífico la carne se valorizó más y los saladeristas no daban “ni la sangre de una res”. El alquiler de una vivienda se convirtió en el gran gasto de los obreros. Las habitacionesd de los conventillos eran caras además de antihigiénicas. Un informe de 1908 señala que había un promedio de tres personas de habitación, y en ella se dormía, cocinaba, lavaba y tendía la ropa,  careciendo de agua corriente, electricidad y baño privado. La tina, el aljibe, el carbón y el querosene eran los recursos utilizados. Si se necesitaban dos piezas por tener un número elevado de hijos, cosa frecuente, el alquiler absorbía hasta el 40% del sueldo promedio de un obrero.

EL MOVIMIENTO OBRERO EN URUGUAY
 ¿Cómo reaccionaron los trabajadores frente a los problemas?  Las reacciones fueron diversas. La primera y más común fue la protesta espontánea y desorganizada. A ella recurrieron frecuentemente los empleados públicos, por ejemplo los empleados municipales de Montevideo y los empleados del Correo en 1873, los primeros por despidos y los segundos pidiendo aumento de sueldo.
 Un paso importante fue la creación sociedades de socorros mutuos o mutuales. Su finalidad era prestar ayuda a los miembros enfermos o imposibilitados de trabajar y para eso creaban un fondo común. La vinculación entre los trabajadores que creaba el mutualismo y la experiencia común llevó a las mutuales a transformarse en sindicatos. El fondo común se transformaba en “caja de resistencia” cuando se producía una huelga y los trabajadores no cobraban. Las primera mutuales fueron las ya mencionadas de los tipógrafos y la de los reposteros, la de los maestros, la de los albañiles, las de los tapiceros, etc.
            Otro de los instrumentos usados por los trabajadores en sus reclamos fue la huelga. La primera huelga conocida en Uruguay correspondió a los carpinteros en 1876 que reclamaban mejores salarios y el reconocimiento de su derecho a formar un sindicato. En 1880 se produce la huelga de los mineros de Cuñapirú (Rivera) contra las condiciones de trabajo impuestas por la empresa francesa que extraía oro en esa zona. En 1884 se produce una huelga de fideeros que es llevada a cabo por todo el gremio.  En 1885 los tipógrafos se levantan en huelgan reclamando la disminución del horario de trabajo que llegaba a 14 horas diarias. Entre 1885 y 1895 hay una disminución del movimiento sindical y las huelgas y reclamos prácticamente desaparecen, se vivían los momentos de prosperidad y de ilusiones en el progreso (la “época de Reus”) previa a la crisis de 1890. Ese año se conmemoró por primera vez en Uruguay el 1 de Mayo en recuerdo a los “mártires de Chicago” pero los despidos y rebajas salariales que provocó la crisis no estimularon la actividad sindical que se había desorganizado. Recién en 1895 se vuelven a movilizar los sindicatos produciendose huelgas en la industria del calzado y en la construcción, reclamando aumento de salarios, reducción de la jornada de trabajo y reconocimiento del sindicato como representante de los trabajadores. En 1896 se desarrolla una huelga de portuarios que dura 26 días.
 Para esa época las organizaciones de trabajadores no sólo se dedicaban a hacer reclamos de mejoras en las condiciones de trabajo sino que, por influencia de las corrientes anarquistas y marxistas, realizan fuertes críticas a la sociedad y procuran generar una “ conciencia   de clase obrera” distinta a las otras clases sociales y con objetivos propios: crear una sociedad sin explotación laboral. A partir de entonces la actividad sindical tuvo un importante contenido ideológico, produciéndose incluso un fuerte debate entre las distintas corrientes acerca de la mejor manera de organizar a los trabajadores.
A comienzos del siglo XX el sindicalismo se organizo y levantó vuelo.
            En 1901 y 1902 se organizan numerosas “sociedades de resistencia”, como se llamaba a los sindicatos, cuyos reclamos giraban sobre dos puntos: aumento salarial y reducción de la jornada de trabajo. El periódico anarquista “Tribuna Libertaria” decía: “No hubo trabajador en Montevideo que no se sintiera agitado por aquel soplo gigantesco de entusiasmo, que como un primer formidable estremecimiento de lucha pasó por todo el pueblo”. La publicación exageraba el apoyo popular que en realidad aún era reducido, pero lo cierto es que se organizaron diversos sindicatos por oficios: sastres, peones de barracas, albañiles, estibadores, foguistas, peluqueros, curtidores, zapateros, carpinteros, planchadoras, panaderos, peones de saladero, cortadores de carne entre otros.
Reclamando los dos puntos antes citados hubo huelgas entre los trabajadores de la construcción que estaban reformando el puerto de Montevideo, en los saladeros del Cerro y en la industria de la madera. En 1903 los zapateros se levantan en huelga reclamando aumento de salario y los canillitas hacen huelga contra “La Tribuna Popular” y “El Día” reclamando mejoras en las condiciones de venta de esos diarios. Durante el conflicto la policía se encargó de vender los diarios, hubo enfrentamientos callejeros resultando herido de bala un canillita y hubo detenciones y castigos corporales en las comisarías.
A diferencia de lo ocurrido en 1897, la guerra civil de 1904 no interrumpió la actividad sindical. En 1905 se habían desarrollado sindicatos en casi todas las industrias importantes de Montevideo (eso no quiere decir que todos los trabajadores estuvieran afiliados) y además había sindicatos en algunas ciudades del interior como Salto, San José, Paysandú y Mercedes. El sindicato de trabajadores ferroviarios cumplía una función importante como nexo entre los sindicatos de Montevideo y los del interior.
Desde sus orígenes la actividad sindical estuvo vinculada con las llamadas ideologías obreras (“las ideas perturbadoras” como decían los conservadores). A comienzos del siglo XX predominaba el anarquismo que había llegado a nuestras costas con los inmigrantes españoles e italianos. Tenían una interpretación radical de la lucha utilizando la acción directa y, a diferencia de los socialistas, no impulsaban a los trabajadores a organizarse en un partido político para acceder al gobierno. Aceptaban como única forma de organización la federación voluntaria de trabajadores libres (de ahí que también se les conociera como libertarios).
En marzo de 1905, por iniciativa de la Federación de Trabajadores del Puerto de Montevideo se reunió una asamblea de delegados de la mayoría de los sindicatos existentes para crear una federación de trabajadores. Esta se constituyó en agosto de ese año con el nombre de Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU) primer central sindical del Uruguay que intentaba coordinar la actividad de todos los sindicatos y consagraba el anarquismo como fundamento ideológico. Al consagrar una doctrina determinada en su declaración de principios alejaba de su seno a los sindicatos en los que predominaba otra ideología que no fuera la anarquista (socialistas, católicos) lo que perjudicaba la unidad total de todo el movimiento obrero.


La lucha por las 8 horas.- En 1905 y 1906 se desarrollaron movilizaciones de trabajadores reclamando la reducción de horario de trabajo a un máximo de 8 horas diarias. En algunos casos las huelgas obtuvieron sus frutos y lograron que algunas empresas establecieran el horario reclamado. Pero dependía de la fortaleza del sindicato y no se lograba que la medida se extendiera en general a todos los trabajos. En 1907 ocupa la Jefatura de Montevideo Jorge West, dirigente empresario, que aplicó la represión sistemática contra las medidas sindicales tratando de quebrar al movimiento obrero. En 1908 fue derrotada una huelga de los ferroviarios y el sindicato de estos quedó prácticamente disuelto lo que debilitó a todo el movimiento sindical.
 Entre 1911 y 1913 se desarrollaron nuevas huelgas. La más importante fue la de los tranviarios que culminó victoriosamente luego de convocarse a un paro general de solidaridad en el que participaron más de 50 mil trabajadores. Teniendo en cuenta que en ese momento los trabajadores afiliados a los sindicatos que integraban la FORU eran sólo 7 mil, debemos sacar en conclusión que las organizaciones eran débiles pero su mensaje llegaba a muchos más trabajadores de los que estaban organizados.  Los trabajadores no sólo se comunicaban en su trabajo, también lo hacían en los lugares donde vivían ya que se concentraban en determinados barrios. En Montevideo las barriadas obreras se extendían por Peñarol (donde estaban los talleres ferroviarios), Maroñas y Nuevo París (curtiembres), Cerro y Pantanoso (saladeros y frigoríficos). También había una importante presencia de obreros en Paso Molino, Miguelete, Pocitos y en la zonas del Centro donde se hacinaban en los conventillos. De estas últimas zonas salían los obreros más combativos (portuarios, tranviarios, gráficos) tal vez por la concentración de miseria y la mayor ideologización. Analizando los resultados electorales se observa el predominio en estas zonas del voto hacia el batllismo y el socialismo, en cambio en los barrios obreros antes mencionados predomina el voto hacia sectores conservadores vinculados a las empresas. La explicación de esto tal ves está en la procedencia rural de muchos de los trabajadores afincados en aquellas zonas. 
En 1913 el mundo entró en crisis económica y  fue un año terrible para los trabajadores uruguayos que soportaron despidos masivos y rebaja de sueldos. La lucha por las 8 horas se intensificó argumentandose a su favor no sólo la necesidad de mayor descanso para los trabajadores sino que habría más lugares de trabajo para ocupar ya que se repartiría el horario de trabajo. En las condiciones creadas por la crisis era muy dificil tener éxito utilizando el mecanismo de la acción directa contra los patrones que utilizaba el anarquismo. Por eso por fuera de los sindicatos afiliados a la FORU surgieron Comités Obreros que utilizaban otras estrategias para obtener resultados.
 En 1915 el Parlamento aprobó la ley que limitaba la jornada de trabajo a un máximo de 8 horas, luego de veinte años de lucha sindical. Se vivía entonces el “reformismo “ de Battle y Ordoñez que llevó adelante la consagración de diversas leyes (algunas quedaron en proyecto, otras se demoraron en aprobar) que daban respuesta a los reclamos obreros. Porque no sólo el horario de trabajo y los salarios preocupaban a los trabajadores. Un grave problema era el trabajo de los menores. Un censo de 1908 revela que el 18 % d los empleados montevideanos eran menores de 18 años. En 1911 había más de mil menores de 15 trabajando en la industria o el comercio. El trabajo de niños era importante en molinos, talleres d calzado, fábricas de sombreros, de fósforos, de tabaco, de galletitas, de ropa y de vidrio. Un informe de la Oficina de Trabajo de la época se refiere al trabajo infantil en las fábricas de vidrio: “ Falanges de niños de aspecto triste y enfermizo, vestidos pobremente, descalzos, trabajan jornadas de 8 horas soportando una temperatura media de 50 grados, acarreando las piezas elaboradas o abriendo y cerrando los pesados moldes en un ir y venir fantástico, tiznados y jadeantes...”. En 1910 el diputado socialista Emilio Frugoni denunció en la Cámara de Representantes que niñas de 10 de edad trabajaban en una empresa textil durante 10 horas diarias por 15 centésimos el día (el jornal promedio de un mayor superaba un peso diario).  También dentro del reformismo batllista se reglamentó el trabajo de menores quedando prohibido para los menores de 13 años.